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Contaminación y fertilidad

Contaminación y fertilidad

El aire que respiramos, el agua que bebemos, los alimentos que consumimos… ¿son seguros para nuestra salud? ¿Cómo afectan al desarrollo y crecimiento de los niños? ¿Pueden perjudicar nuestra fertilidad?

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Índice

 

El Proyecto INMA

Infancia y Medio Ambiente (INMA) es una red de investigación de grupos españoles que se creó con el objetivo de estudiar el papel de los contaminantes ambientales más importantes en el aire, el agua y la dieta durante el embarazo e inicio de la vida, y sus efectos en el crecimiento y desarrollo infantil.

Con el objetivo de medir hasta qué punto el hexaclorobenceno (HCB) (un pesticida que se usó mucho en España hasta que se prohibió su uso) atravesaba la placenta y afectaba a la calidad de la leche, y ver qué efectos tenía en el desarrollo neurológico y del comportamiento del recién nacido, esta red de investigación eligió el pueblo de Flix y otros 5 pueblos colindantes (todos en la Ribera d´Ebre). La elección de esta zona se justificó por los altos niveles de HCB encontrados en estas poblaciones (una zona muy agrícola). Los estudios se llevaron a cabo en un primer momento entre marzo de 1997 y diciembre del 1999. Después, los niños fueron evaluados en el momento del nacimiento, a las 8 semanas de vida, al año y a los 4 años.

Desde entonces, han continuado su labor investigando cómo es el aire que respiramos, el agua que bebemos y la dieta que consumimos en España y cómo afecta a nuestra salud.


Peligros en el embarazo 

Durante la gestación, lo que la madre ingiere y las sustancias a las que está expuesta pueden atravesar la placenta y llegar al feto, afectando a su desarrollo. Por eso, existen algunos trabajos incompatibles con el embarazo en los que la baja es obligatoria desde el mismo momento en que se conoce la concepción.

Y es que existen algunas sustancias del medio ambiente que una vez que entran en el organismo son capaces de interferir en el correcto funcionamiento del sistema hormonal de la mujer suplantando sus hormonas naturales por otras artificiales o aumentando o disminuyendo el nivel de las mismas. Estas sustancias perjudiciales se encuentran en pesticidas, sustancias químicas industriales, algunos productos sintéticos y metales pesados como el plomo, que puede provocar saturnismo. Si atraviesan la placenta, pueden provocar abortos espontáneos, parto prematuro, bajo peso al nacer, defectos congénitos… e incluso puede que no se manifiesten en el recién nacido y se hagan evidentes en la madurez (dando lugar, por ejemplo, a cáncer en la edad adulta).

La exposición a sustancias tóxicas entre la tercera y la novena semana de embarazo puede provocar una severa malformación de los órganos que han comenzado a diferenciarse en esta etapa. Por lo menos un 3% de los nacimientos presenta defectos congénitos, y de éstos, entre un 10 y un 15% son provocados por factores ambientales químicos, radiaciones, virus y medicamentos.

Pero, ¿hasta qué punto estamos en contacto con estas sustancias? Un reciente estudio de medicina estadounidense publicado en la revista Environmental Health Perspectives revelaba que se rastreó la presencia de 163 sustancias tóxicas en la sangre de 268 mujeres embarazadas, y algunos de dichos tóxicos se encontraron hasta en un 99% de las gestantes. En total se rastreó la presencia de diferentes sustancias, desde los pesticidas organoclorados (como el DDT, cuyo uso ya está prohibido), hasta el bisfenol (presente en algunos tipos de plásticos y cuyo uso en biberones, por ejemplo, ya está prohibido en países como Canadá, EE UU o la Unión Europea). Un dato bastante preocupante.

¿Y en España? Jordi Sunyer, coordinador del proyecto INMA, explica que los datos españoles también muestran niveles muy similares tanto en gestantes como en la población general. Según sus resultados, la presencia de tóxicos tanto en la sangre materna como en la de sus hijos "está dentro de la media de un país desarrollado, excepto en el caso del mercurio, donde tenemos los niveles más altos del mundo debido a nuestra dieta rica en pescado". Eso no quiere decir, aclara inmediatamente, que haya que prescindir de este alimento en el embarazo, únicamente de especies 'ricas' en mercurio como el pez espada o el atún.

Durante la lactancia también hay que tener cuidado con lo que la madre ingiere, ya que a través de la leche puede pasarle diferentes contaminantes ambientales como el plomo, mercurio, PCBs y dioxinas, aunque generalmente en dosis bajas.

No obstante, no hay evidencias de que estos contaminantes puedan producir daño al niño, bien porque normalmente se encuentren en proporciones muy bajas o bien por el efecto protector de la leche materna sobre el sistema nervioso e inmunitario, que es mayor que el posible daño de los tóxicos.


La contaminación atmosférica

Es quizá la más importante puesto que todos estamos expuestos a ella, no se trata de una exposición puntual sino continuada en el tiempo, por lo que tiene más probabilidades de afectar a nuestra salud.

La principal fuente de emisión de contaminantes (sobre todo en una gran ciudad) es el tráfico, sobre todo las partículas finas que pueden penetrar en el sistema respiratorio de ozono y dióxido de nitrógeno.

En cuanto a los ambientes interiores, las mayores fuentes de tóxicos son el humo del tabaco, los aparatos de gas, las pinturas, los disolventes, etc., que pueden liberar el dióxido de nitrógeno, las partículas finas o los compuestos orgánicos volátiles.

Los niños, junto con las embarazadas y las personas mayores, forman la población más vulnerable a los efectos perjudiciales de la contaminación. En los niños, esta mayor vulnerabilidad se debe a su inmadurez fisiológica y al mayor tiempo de vida después de la exposición. Además, los niños inhalan un volumen de aire proporcionalmente mayor que los adultos en relación a su peso y talla. Los principales efectos son: complicaciones respiratorias (asma, aumentos del número de resfriados), alergias (dermatitis, eccemas), problemas oculares, complicaciones cardiacas a largo plazo…

También los fetos, aún en desarrollo, son muy vulnerables a la contaminación si sus madres se ven expuestas a ciertas sustancias como hidrocarburos aromáticos policíclicos, compuestos orgánicos volátiles, humo de tabaco, metales y ozono. En los últimos años, varios estudios están aportando pruebas del impacto de la exposición en el útero sobre el riesgo de mortalidad intrauterina, la prematuridad y la reducción del crecimiento fetal.

Los resultados del Proyecto INMA detectaron que, como consecuencia del empleo extendido de compuestos químicos, prácticamente la totalidad de la población presenta concentraciones detectables de algunos contaminantes ambientales. Algunas de estas sustancias químicas son persistentes y bioacumulables, como plaguicidas o productos de origen industrial, si bien se observa una franca caída en los niveles cuando se compara a los primeros niños del estudio con los reclutamientos más recientes (que se puede explicar tanto por la concienciación y el abandono de algunos plaguicidas como por las diferencias de las actividades agrícolas según las zonas geográficas).


¿Qué pasa con el agua?

El agua es esencial para la vida, y su carencia o la falta de calidad de esta causa millones de muertes al año en el todo el mundo. Los contaminantes más frecuentes que se pueden encontrar en ella son: microorganismos patógenos, subproductos de la desinfección, nitratos y metales (como plomo o mercurio).

El agua contaminada por agentes patógenos (virus, bacterias, parásitos) puede causar múltiples enfermedades de diversa gravedad. Las más comunes son las infecciones que cursan con diarrea, siendo ésta una de las causas más frecuentes de mortalidad infantil en los países en vías de desarrollo. En los países desarrollados el agua es tratada para eliminar los organismos patógenos.

En nuestro entorno, el mayor problema son los numerosos contaminantes químicos que pueden estar presentes en el agua potable. Los subproductos de la desinfección (SPD) se forman durante la limpieza, por la reacción entre el desinfectante (habitualmente cloro) con la materia orgánica. Los niveles varían notablemente según el origen, la calidad del agua y el tratamiento de potabilización. Aunque existen centenares de SPD, los más frecuentes son los trihalometanos (THMs). Éstos son volátiles y permeables a la piel, por lo que la inhalación y la absorción dérmica son vías de exposición importantes en la ducha, el baño y la asistencia a piscinas. La exposición a estos compuestos durante el embarazo se ha asociado a diversos efectos adversos, aunque los más graves son retardo del crecimiento intrauterino y determinadas malformaciones congénitas.

El agua potable puede contener muchos otros contaminantes como por ejemplo nitrato y metales como arsénico y plomo, que se han asociado también a diversos efectos adversos del embarazo: prematuridad, retraso en el crecimiento, alteraciones en las habilidades mentales, dificultades en el aprendizaje y alteraciones en el desarrollo motor.


¿Estamos seguros de lo que comemos?

El agua, los plaguicidas, el aire… Todas estas posibles sustancias tóxicas que hemos visto pueden llegar a los alimentos que comemos, tanto a las verduras, frutas y legumbres que salen de la tierra, como a los animales que se alimentan de ellas o a los peces que viven en el agua. Por lo tanto, ¿son seguros los alimentos que consumimos?

Jordi Sunyer hablaba antes de que la presencia de mercurio en la sangre de las embarazadas españolas está un poco por encima de la media de otros países europeos por la cantidad de pescado azul que comemos aquí (aunque en ningún caso llega a ser preocupante ni peligroso para el bebé).

El mercurio se encuentra en la naturaleza, pero dos terceras partes del contaminante proceden de las térmicas de carbón, la industria de cloro y sosa cáustica, las incineradoras o la explotación minera. El problema es que el mercurio, al ser arrastrado por las precipitaciones hasta el mar, puede transformarse allí en metilmercurio, una sustancia química potencialmente muy tóxica para el sistema nervioso, especialmente en las etapas de desarrollo. El metilmercurio se acumula en los peces, especialmente en pescados de larga vida, como el atún, el pez espada o los tiburones. Cuando es ingerido por las mujeres embarazadas, el metilmercurio atraviesa la placenta y se acumula en el cerebro y el sistema nervioso central del feto en desarrollo.

El nivel máximo de mercurio admisible en el pescado es de 0,5 miligramos por kilo de este alimento, aunque para los grandes pescados se permite hasta un 1 mg/kilo. Como el consumidor desconoce qué pescados tienen un alto contenido en mercurio y deben ser evitados, o cuáles tienen unos niveles bajos y su consumo es seguro, el equipo del toxicólogo Josep Lluís Domingo, catedrático de Toxicología de la Universitat Rovira i Virgili, ha creado un interesante programa informático (Ribefood, consultable libremente en internet) que ayuda a componer una dieta sana. Así, manejando este interesante instrumento, se observa que si ingerimos una ración grande (440 gramos) de emperador a la semana, o tres raciones medianas (220 gramos) de atún y dos de merluza semanales, se superan los niveles máximos admisibles de mercurio. La recomendación médica es tomar pescado azul dos veces por semana durante el embarazo. Con dos raciones por semana, los beneficios del pescado superan con creces a los riesgos.

En cuanto a los plaguicidas que se pueden hallar en las frutas y verduras, aunque los laves muy bien en estos meses antes de consumirlos, merece la pena que te gastes un poco más de dinero mientras estés embarazada y dando el pecho y compres productos ecológicos, libres de sustancias tóxicas. (Y su tu bolsillo te lo permite, que lo hagas siempre).


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La aventura del embarazo, para algunas mujeres, empieza cuando afirman "creo estar embarazada" porque en muchas ocasiones el único síntoma que anuncia el embarazo es la falta de la menstruación.

Fuente:

Proyecto INMA, http://www.proyectoinma.org/

Environmental chemicals in pregnant women in the United States: NHANES 2003-2004 https://www.ncbi.nlm.nih.gov/pubmed/21233055

Fecha de actualización: 17-11-2021

Redacción: Irene García

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