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La sirenita que no tenía nombre

Enviado por Begoña Lisón Nuez

La sirenita que no tenía nombre

Había una vez en el fondo del mar una concha que tenía a una sirenita muy pequeña que alguien la dejó para que la cuidara

. Esta le daba de comer y como era tan pequeña no la dejaba salir. La sirenita fue creciendo y llegó un día que casi no cabía en la concha y esta se quedaba medio abierta.

  Un día, sirenita escuchó risas y un gran alboroto, así que decidió salir de la concha para ver quien estaba ahí y se encontró a unas sirenas jugando, al verla, le preguntaron:

—¿Como te llamas?

—Nadie me ha puesto nombre todavía—respondió

Una de ellas dijo:

 —Eres muy rara, tu cola no es como la nuestra, esta partida en dos. ¿Por qué no te han puesto nombre, acaso no tienes papás?

—No lo sé, siempre he estado metida en la concha.

—Otra de las sirenitas comentó:

Tendrás que ir a buscarlos para que te pongan nombre, pero mientras te llamaremos la Sirenita sin nombre.

Después de jugar con sus amigas, volvió a su concha, pensó en lo que le dijeron sus amigas las sirenas, y se puso muy triste. Pasaron unos días y Sirenita sin nombre comenzó a escuchar unos ruidos, creyó que eran sus amigas que la querían asustar; y al no verlas, decidió seguir el sonido, para ella sería una aventura, y se dijo: «Puede que detrás de ese sonido estén mis papás.

Se puso a nadar, cada vez se alejaba más de la concha, y llegó a la superficie del mar, sacó su cabecita para ver que había y en ese momento, alguien la arrebató del agua. Oía que hablaban, pero no entendía nada, y de repente la colocaron en un sitio seco y calentito

La Sirenita sin nombre se acordó de la concha y pensó que estaría buscándola, así que se puso a llorar. En ese momento, alguien la cogió y la sostuvo en sus brazos, y le cantó una canción. Cuando Sirenita sin nombre la escuchó, le pareció que esa voz le era familiar, pero no recordaba donde la había oído antes; al final terminó durmiéndose

Al día siguiente cuando se despertó, miró por todos los lados, no reconocía nada y una sirena con cola dividida en dos como la suya, se acercó, la cogió, la besó, y después le dijo:

  — Soy tu mamá y junto con tu papá te estábamos esperando impacientes, y entre los dos hemos decidido llamarte Dori.

En ese momento, la Sirenita sin nombre pensó: He encontrado a mis papás y ya tengo nombre, ¡me gusta Dori! Un día iré a decírselo a mis amigas las sirenas.

La sirenita sin nombre, mejor dicho, Dori, fue muy feliz, y se olvidó de las sirenas y de la concha que la cuidaba. Todos los días sus papás le contaban un cuento, y se dormía con la nana que su mamá le cantaba.

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