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Cristina Larroy

Cristina Larroy

Doctorada en Psicología por la Universidad Complutense de Madrid, Cristina Larroy García dirige, en la actualidad, el Departamento de Psicología Clínica de dicha universidad, del que es también profesora titular, y coordina e imparte clases en el Master en Psicología y de la Salud de la UCM. Además, es autora de diversos artículos y libros sobre el comportamiento de los niños, como “Mi hijo no me obedece”, un título donde los padres aprenderán las mejores soluciones a la desobediencia infantil

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TodoPapás: ¿Cuál es el objetivo de esta guía para padres desorientados?

Cristina Larroy: Muchas veces, los padres se enfrentan a situaciones que no saben cómo manejar. Tampoco saben si las conductas de desobediencia de los niños son normales o aceptables para su edad, si deben dejarlas pasar o hacerles frente, y cómo… El libro intenta dar soluciones a diversas preguntas acerca de la desobediencia infantil y orientar a los padres acerca de su propia forma de proceder para lograr que este problema no vaya a más.

TPP: ¿Considera que pensar que nunca se va a poder cambiar la mala conducta del niño es uno de los principales problemas?

CL: En efecto, es parte del problema. Considerar que las personas seremos siempre como nacemos y que no podemos cambiar hace que ni siquiera se intente. Sin embargo, la realidad nos demuestra cotidianamente lo erróneo de esta forma de pensar: todos estamos en un continuo proceso de cambio, y no actuamos igual a los seis años que a los diez, o a los veinte que a los cuarenta.

TPP: ¿Por qué unos niños generan más la desobediencia que otros? ¿Cómo se crean estas conductas?

CL: Todos los niños presentan conductas de desobediencia, dado que forman parte del desarrollo evolutivo infantil. El que unos niños sean más desobedientes que otros (en términos de frecuencia, intensidad, duración o persistencia a través de los años) depende de la interacción de una serie de factores relativos, no sólo al niño, sino a los propios padres o cuidadores, y al ambiente familiar, social y escolar. En cualquier caso, la interacción con las figuras de autoridad es fundamental y puede explicar, muchas veces, por qué se mantiene y se agrava la desobediencia infantil.  En el libro se recogen algunos modelos explicativos sencillos y muy descriptivos.

TPP: ¿Qué hay que hacer para que éstas no acaben convirtiéndose en un verdadero problema?

CL: Un punto crucial, y al que no se le presta la debida atención, es que los padres funcionamos como modelos para nuestros hijos. Por ello, es muy conveniente intentar mantener la calma en todo momento (no pegar, gritar, dar portazos o castigar injustificadamente). Está claro que es más fácil decirlo que hacerlo, pero mantener la sangre fría es la primera regla, y puede ayudarnos a poner en marcha, de manera adecuada, todas las estrategias que se comentan en el libro. Y si las cosas no funcionan, acudir a un profesional, que para eso están.

TPP: ¿Es posible cambiar la conducta de un niño desobediente? ¿Cómo?

CL: Sería exhaustivo nombrar aquí todo lo que tienen que hacer los padres para controlar las conductas de desobediencia de sus hijos y explicar las técnicas más comúnmente empleadas (descritas de forma detallada en el libro), pero existen unas pautas que es conveniente establecer siempre, como:

a) Establecer qué normas deben cumplirse obligatoriamente (procurando que no sean muchas y que sean adecuadas para la edad del niño, asegurándose de que puede cumplirlas). Mantener el acuerdo entre los padres respecto a este punto es de suma importancia.

b) Dar  órdenes/instrucciones que sean cortas, claras, con calma y sólo una cada vez.

c) Esperar un tiempo (por ejemplo, 1 minuto) antes de repetir la orden, asegurándonos de que el niño nos ha oído y comprendido.

d) Aplicar, según convenga, premio, castigo o extinción de la atención parental.

e) Ser consistente en la utilización de premios y castigos.

f) Establecer una rutina que favorezca el cumplimiento de las normas.

g) Mantener la calma y el buen humor en la medida de lo posible (somos modelos para nuestros hijos; si no nos enfadamos ni gritamos fácilmente, les estamos enseñando un modo adecuado de sobrellevar las frustraciones).

TPP: Aunque unos respondan como si no les estuviéramos hablando y otros con rabietas, la consecuencia es la misma: no obedecer. ¿Qué origina estas diferentes respuestas por parte de los pequeños?

CL: Todos los niños actúan, en un momento u otro, con la “sordera”, la rabieta o la agresión física, y más aún cuando son más pequeños (hay que recordar que estas conductas aparecen, habitualmente, alrededor de los dos o tres años). Como se ha señalado anteriormente, las conductas no se dan en el vacío, sino en el marco de una interacción familiar. Aquellas conductas que tienen consecuencias positivas para los niños, son las que tienden a repetir. Para algunos, resulta más “rentable” la negación activa que la sordera, para otros, en cambio, ocurre al revés.

TPP: ¿Por qué la desobediencia suele desarrollarse más en casa que en el colegio o con los demás familiares?

CL: Esta aseveración no es del todo cierta, ya que hay niños que presentan problemas en el colegio y no en casa, pues depende de la interacción del niño con el ambiente que le rodea. Pero no hay que olvidar que estas conductas suelen darse en la infancia temprana y que, frecuentemente, desaparecen a medida que va creciendo. En esas edades, el niño suele pasar más tiempo en casa que en el colegio y, en cualquier caso, su referente fundamental son los padres y los hermanos, su hogar.

TPP: ¿Dar órdenes puede ser una buena respuesta ante la desobediencia?

CL: Las instrucciones, las órdenes y los límites son fundamentales en la educación de un niño. El problema, muchas veces, es cómo se dan esas órdenes, cuántas se dan y si son adecuadas a su edad (a veces no nos aseguramos de que éste las entiende y de que es capaz de cumplirlas).

TPP: ¿Cuáles son las principales estrategias que pueden utilizar los padres para hacer que su hijo obedezca? ¿Qué no deberían hacer?

CL: Es fundamental mantener la calma, ser consistentes en la aplicación de premios y castigos y, en último extremo, acudir a un profesional. Si, por cansancio o dejadez permitimos que sean los niños los que tomen las riendas de la situación (y ocurre más veces de las deseables) estamos actuando de forma equivocada y sólo conseguiremos que la situación empeore. Si nos enfadamos, les pegamos y gritamos, quizás consigamos un poco de paz momentánea, pero, a la larga, estaremos empeorando la situación.

 

Fecha de actualización: 24-11-2008

Redacción: Irene García

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