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Los hijos del leñador

Enviado por domingo

Los hijos del leñador

Pues vente conmigo –le animó.

Intrigado, el joven le preguntó cuál era su oficio.

Yo soy mago. Leo el futuro en las estrellas y hago aparecer palomas de mi sombrero –le informó orgulloso.

Al muchacho no le entusiasmaba aquella profesión tan rara.

Los reyes te llamarán para consultarte. Aprenderás a convertir el cobre en oro. Serás tan rico que no sabrás ni cuántas monedas llevas en el bolsillo.

Estas palabras convencieron al joven y se fue con él.

A su vez, el segundo hermano conoció a un sastre que buscaba un aprendiz al que enseñarle el oficio. El chico pronto cambió su ropa de hojas por un hermoso traje de buena tela. Las nieves invernales ya no le congelaban y los calores estivales no le derretían.

Por último, el tercero acabó acompañando a un valiente cazador. Su estómago se lo agradeció. Las tripas le rugían hambrientas desde que salió del hogar. Pronto demostró su dominio del arco, así que dejó de alimentarse solamente de frutas del bosque.

Pasado el año, los hermanos cumplieron su palabra y se juntaron en el mismo sitio en el que se habían separado. Los tres tenían ya un oficio, por lo que volvieron satisfechos a casa. Sus padres les recibieron muy contentos y escuchaban entusiasmados sus anécdotas.

Vivían tranquilamente cuando un día llegó al pueblo la noticia de que un dragón había raptado a las tres hijas del rey. El monarca ofrecía una generosa recompensa a los valientes que rescatasen a las princesas. Los hermanos, que echaban de menos la aventura, partieron en su ayuda.

El mago invocó un hechizo que les guió hasta la cueva de la malvada bestia en una isla en mitad del río. Con el dinero ahorrado alquilaron un barquito que les acercó a la orilla. Ya en tierra se colaron a hurtadillas en la cueva.

El dragón dormía profundamente la siesta sin vigilar a sus rehenes.

Mientras roncaba a pierna suelta, los hermanos aprovecharon para rescatar a las princesas. No dejaron de correr hasta subir al barco.

Tanto jaleo despertó al monstruo. Con sus potentes alas voló hasta alcanzarles. Enfurecido les amenazó con soltar una bocanada de fuego para achicharrarles.

El cazador no le dio tiempo a que atacase. Apuntó con su arco y le clavó una flecha en el corazón. El dragón se desplomó muerto sobre la cubierta del barco. En la caída desgarró las velas con sus patas. Sin ellas el viento no les movería y se quedarían en mitad de aquel río perdido para siempre.

El sastre demostró su habilidad con la aguja cosiéndolas de nuevo. Y de esta forma consiguieron regresar a salvo al palacio.

Durante el viaje los hermanos y las princesas se contaron sus vidas. Al llegar a la corte se dieron cuenta de que se habían enamorado. Los padres de ellas, los reyes, y los padres de ellos, los leñadores, se alegraron mucho.

Gobernar un país es tarea complicada, así que el rey puso una condición para que pudieran casarse. Cada uno de los hermanos tendría que superar una prueba.

Al cazador le pidió que atravesase cuatro dianas seguidas con la misma flecha.

Al mago le mandó que encontrase una aguja en un pajar que estaba a muchas leguas de distancia sin moverse del palacio.

Al sastre le encargó que con aquella misma aguja tejiera una alfombra usando las hojas caídas en su jardín.

Los tres hermanos superaron la prueba con éxito. La corte entera exclamó un larguísimo “¡Oooooooohhhhhhhhhhh!” admirada por el talento de los jóvenes. Alguno incluso se quedó con la boca abierta para el resto de sus días.

Así, gracias a los oficios que habían aprendido, los tres hermanos se casaron con las tres princesas. Y como dicen en los cuentos vivieron felices y comieron perdices.

FIN

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